De la Ilusión al Entusiasmo


Al cierre de esta edición Argentina acaba de clasificar para los octavos de final de la Copa Mundial de la FIFA Sudáfrica 2010, un hecho que muchos veían como una imposibilidad semanas atrás cuando el grupo de deportistas que representan a nuestro país arribaba al continente africano para el comienzo del torneo que finalizará en las próximas semanas coronando a un nuevo campeón.

Las calles de nuestro país, y en particular las de nuestra ciudad, se ven inundadas por banderas y expresiones de júbilo de la gente que siente representada en estos futbolistas la mejor expresión de una nacionalidad que siempre pugna contra los fantasmas del pasado, las incapacidades del presente y el miedo al futuro.

¿Cuántas veces nosotros nos sentimos incapaces de hacer y lograr los objetivos que nos planteamos? ¿Cuántas veces creemos que “en este país no se puede” o “en esta ciudad no se puede”, que estamos fallados como sociedad, incompletos o que cumplimos una especie de condena?

Más allá de la contienda deportiva y la probabilidad matemática y estadística de un solo campeón entre los 32 aspirantes de esta etapa del Mundial 2010, algo con lo que sueñan y para lo que se preparan todos los países participantes, podemos reflexionar sobre la forma en que la confianza, la energía y el entusiasmo que este juego revive en nosotros podría ser trasladado a otros aspectos de nuestra vida personal y nuestra participación en la sociedad.

Sobre las pasiones que despierta el juego del fútbol, existen dos visiones extremas. Por un lado están quienes, pegados a la “ilusión” de ver al equipo nacional campeón, depositan en esta imagen futura la resolución de las frustraciones del presente y una especie de salvación mágica de una realidad agobiante. Por otro, se agrupan quienes, críticamente, ven en este proceso de identificación masiva una alienación, un enajenamiento que impide a las personas conectar con la realidad y los coloca en un estado de exaltación que no conduce a ningún cambio real.

Pero hay otra forma de pensar el fenómeno, siempre la hay aunque no sea el camino del medio ni proponga una resolución única. Por ejemplo en este caso uno puede detenerse en la importancia del entusiasmo y la esperanza en la vida diaria. El seleccionado nacional de fútbol podrá perder el próximo partido y quedar fuera de la Copa y no habrá ningún problema si, después de lamentar nuestra mala suerte, podemos entender y revivir la energía que nos ha provocado este proceso y sabemos aprovecharla en beneficio propio y del bien común.

Hemos sido formados en la crítica y hasta en el pensamiento crítico, pero nos cuesta darnos cuenta de cómo lo que transforma en realidad nuestras esperanzas es el esfuerzo que surge del entusiasmo por vivir mejor, por hacer y crecer. El Mundial, el Bicentenario y las emociones que desatan, como la identificación con un símbolo como la Bandera, por otra parte, conforman un aspecto de nuestra naturaleza gregaria, de nuestra necesidad de reconocimiento en los otros y formar parte de un nosotros.

Si vamos por las palabras que cambian las visiones y nos habilitan a este hacer o rehacer, podríamos cambiar “ilusión” –que resuena a imagen falsa o engaño– por la “esperanza” que abre a la posibilidad de acción y transformación. Del mismo modo podemos suplantar la “pasión” –que se vuelve irracional y hasta destructiva– por el “entusiasmo” que busca avanzar, contagiar y acompañar.

Lo importante será, para que tanta energía se vuelva más productiva, poder seguir reconociéndonos más allá del deporte y trasladar este entusiasmo a las cuestiones cotidianas. Si somos capaces de hacer ese ejercicio, desde cada uno y como sociedad, si a la vez recuperamos la cultura del cumplimiento y vemos en la habilidad de los jugadores que admiramos hoy la dedicación y el esfuerzo que han tenido que poner en juego para llegar a este nivel, y nos contagiamos, lo internalizamos, el presente será nuestro ámbito de éxito y el futuro nos encontrará creciendo y desarrollándonos cada vez más.

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